Miércoles 4 de Mayo de 2016 · 21:00h
Recinto: Teatro Nuevo Apolo (Madrid)
Precio: 20€ Anticipada / 25€ Taquilla
Fotografías por Silvia de la Rosa.
‘Había que venir porque con la racha que llevamos, puede que en dos meses estemos todos petando los muros de Facebook con sus canciones’. En esas estábamos muchos, aunque cierto es que al final todos los años son malos para la música, es ley de vida que el paso del tiempo nos lleve al hoyo. En mi caso particular, al igual que el de muchos, en momentos de vacío recurro a la luz de la música de Roy Ayers, por el poder que tiene su música de hacernos ver la luz en la mierda, o de ponernos a bailar como locos en trance sin que importe nada lo que haya alrededor. Como el simpático tipo de la quinta fila.
Lo primero fue una breve presentación del Ciclo de Jazz 1906 y de Roy Ayers, que me amenizó fantásticamente un hexagenario hooligan que tenía al lado y que recriminaba cada concepto y artista que citaba el presentador (¡Esto es funky! ¡No es jazz!). Tras los aplausos de cortesía comenzó a tocar la banda que acompañaba a Roy, formada por un bajo, un guitarrista, un batería, y un corista que haría las veces de percusionista y de presentador. La entrada fue suave, con Roy improvisando a su vibráfono y el sonido de éste inundando la sala por completo. El contacto emocional ya se había producido, ahora era turno de bailar y para conseguir que casi todos nos levantáramos de las butacas no hizo falta más que un rift de guitarra cargado de groove.
Roy ya está mayor. Cada dos o tres canciones se sienta al Rhodes para poder aguantar los ratos de pie al vibráfono. Anda encorbado, su voz suena ronca, y bromea cuando presenta a la banda y trata de recordar cuántos años lleva tocando con cada uno de ellos. Su mente sin embargo sigue muy despierta y es capaz de improvisar incansablemente, y de empujar y conducir desde la retaguardia las improvisaciones de sus músicos. Mención especial merece el guitarrista, que hizo una auténtica master class de improvisación bluesera, y el bajista que nos deleitó con un par de solos largos en los que demostró dominar bien las técnicas del bajo eléctrico.
Las dos interpretaciones cumbre fueron ‘verybody Loves the Sunshine, tras un pequeño discurso sobre la fugacidad del paso del tiempo y cómo debemos disfrutar de cada instante; y la simbólica Red, Black & Green, en la que Roy aprovechó para recordar la lucha social afroamericana mientras todos los blancos de alma negra que estábamos allí aplaudíamos. Por otra parte, el momento con más conexión con el público fue cuando, después de una canción en la que el corista arrancó el mítico juego de palmas sosas, el público palmeó en la siguiente un solo de bajo como si de un sarao se tratara. Entre otras piezas también sonaron We live in Brooklyn, Life Is Just a Moment o Can’t You See Me’ con la que se despidieron antes de hacer el bis tras alrededor de hora y media de concierto.
A la salida la banda aprovechó para vender discos y pósters, y el bueno de Roy se puso en el stand para saludar a la gente y firmar cualquier tipo de merchandising que llevara. Indistintamente de las pegas que cada uno pudiéramos poner al bolo (casi la mitad del público eramos hijos del hip-hop y nos hubiese flipado escuchar ‘Searchin’) todos salimos empapados de vibraciones positivas, y nos guardamos un trozo de un humilde, cercano y simpático Roy Ayers que se quedará brillando para siempre en nosotros.