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Dam Funk, una carrera de fondo

Me imagino que cuando Peanut Butter Wolf propuso a Damon Riddick, o sea, Dam-Funk remezclar aquel ‘Burn Rubber’ de Baron Zen, no se imaginaba el torrente creativo que el artista había estado atesorando durante los años en que su música estaba más bien a la sombra y alejada del ojo público. O sí. El caso es que han sido ya varios medios los que hablan de cómo Dam salta al ruedo mediático con una entrada impecable, inesperada y megalómana; cinco son los Lps que componen «Toeachizown» (2009) y que suponen el primer disco editado de su carrera bajo el ala de Stones Throw, pero esto, ni mucho nos habla de un artista nuevo o inexperto que emprende sus primeros pasos. Lo de Dam-Funk puede considerarse una carrera de fondo.

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ORÍGENES

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Dam-Funk se crió en Los Ángeles en la época que el Funk lo abarcaba todo. Y no nos referimos solamente a la música. Eran mediados los ochenta y el aún joven Damon, que se declaraba fan de KISS y que nunca se sintió realmente atraído por Michael Jackson, hablaba años más tarde de cómo Prince fue quien realmente le voló la cabeza. Su verdadera influencia. Para los chavales de Pasadena, atrapados en un barrio de Bloods, Prince parecía el escapismo musical perfecto; un tipo que hacía que los gestos, las actitudes y sobretodo la música de todos esos adolescentes y pos-adolescentes de peinados estrafalarios y perfectos, pareciesen realmente cool.

El genio de Prince, por supuesto indiscutible, fue lo que puso a Dam-Funk a trabajar en su sonido antes de convertirse en el tipo que hoy nos ocupa, amén de otras innumerables influencias en cuanto a su estilo se refiere; Steve Arrington, Zapp o por supuesto Roger Troutman, por citar algunas.

Cuando los precoces músicos de su entorno se hallaban obsesionados con tocar sus instrumentos en directo, Riddick dejó aparcada su batería y comenzó a grabar con teclados persiguiendo su idea de lo que era el verdadero sonido funk. Fueron años de gestar a la bestia, por así decirlo. Compaginando curros dispares y una vida alejada de los problemas de suburbio, permitían a Dam alternar pequeños proyectos personales, con incursiones en estudios que más o menos le otorgaban una visión global del negocio. De aquellas fechas se extraen sus primeras grabaciones junto al MC Mack10 o el dudosísimo proyecto para reflotar a Milli Vanilli en el que tuvo la, digamos, suerte de colaborar.

¿Pero qué hace que Dam-Funk consiga colar su música en un sello como Stones? A Peanut Butter Wolf lo conoció cuando éste realizaba una de sus sesiones en directo y algo de conexión debieron de intuir los dos músicos porque poco después, Dam ya estaba colaborando en remixes y mandando producciones a los del sello californiano, consiguiendo que alguna de sus cabezas pensantes como Madlib o J Rocc empezaran a preguntar por el tipo aquel que nunca se quitaba las gafas de sol. Después de las pertinentes colaboraciones, «Toeachizown» ve la luz. Aplausos. Más aplausos. Entrevistas y shows por medio país. Y no es que Dam-Funk se convirtiera de la noche a la mañana en una estrella mediática, ni mucho menos. Pero sí que su propuesta consigue llegar discreta y lentamente a los oídos de un publico blanco y de clase media que en principio no tenía absolutamente nada que ver con el estilo de vida G al que podía estar destinado tal tipo de música.

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NUEVO MÚSICO DE CULTO

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Así que la consecuencia de que un sonido atemporal y ciertamente trabajado explote fuera de su presumiblemente público objetivo, es que los medios empiezan a colocar la etiqueta de ‘músico de culto’ a la velocidad de la luz. Esta posición, que siendo objetivos, no vino nada mal a Damon de cara a la exposición en ciertas plataformas y festivales, por decirlo de una manera suave, resbalaba por completo al artista. Sin arrogancia ni falsos egos, pero a lo que Dam-Funk aspiraba era precisamente a eso, a crear una música atemporal, más allá de unas simples etiquetas.

El caso es que puede que sea por el evidente talento de nuestro amigo, o porque Peanut tiene tendencia a fichar música con aires de otras épocas pasadas y cuyos artistas probablemente acaben dando el salto a otro sello mayor cuando las perspectivas lo requieran (Mayer Hawthorne, Aloe Blacc…), pero el caso es que Stones parecía encajar bien con lo que Dam-Funk quería hacer y que, si la modestia de ser una propuesta ciertamente underground nos lo permite, el sello había dado con otra joya que hacer brillar.

En este sentido, es interesante el siguiente movimiento desde el cuartel de Stones. Mientras el de Pasadena creaba nuevas melodías y parecía intuirse un cierto temor a no cumplir las expectativas de su primer largo (muy alentado por sus diversos retrasos), Peanut decide darle la vuelta a la situación y hacer un back in the days del artista.

«Adolescent Funk» sale en 2010 (vaya portadón, amigo) y recopila grabaciones en cassette que Dam realizó entre los años 1988 y 1992. Justo cuando el hype del artista no tenía que resquebrajarse, salen a la luz estos 14 tracks, que si bien son un truco excelente de marketing, representan también una obra interesante para comprobar la envergadura de la obra de Dam-Funk y cómo esta fue forjándose. Unas canciones rudimentarias pero sinceras.

Sería no obstante faltar a la verdad decir que la actividad de Dam fue menor en los siguientes años, puesto que las numerosas colaboraciones, apariciones, sencillos e incluso la formación del grupo Master Blazter, fueron sucediéndose sin casi pausas entre unos y otros. Poco voy a comentar de «Higher« o aquel «7 Days of Funk« que nos trajo de vuelta al mejor Snoop de «Doggystyle» (1993 – Death Row / Interscope) y que realmente fue un verdadero must have en las listas de reproducción de alguno de nosotros. Pero desde luego, parece que la rueda del funk no tiene vistas a dejar de girar.

De momento, su último disco se titula «Invite the light« (2015) y también es interesante en relación a la carrera del artista dentro de Stones Throw. Un largo que ya no es la entrada triunfal de su primer disco, pero que en cierto sentido viene a confirmar su labor de reubicar el funk y darle un acabado más adecuado a nuestros tiempos, sin dejar de conectar con lo que fue su esencia. Ya es revelador ver que dentro de sus ochenta minutos de duración colaboran artistas como Junie Morrison, Snoop o Q-tip de A Tribe Called Quest.

Como antes comentábamos, lo de Dam Funk puede considerarse una carrera de fondo. Una carrera de más de veinte años que parecen sustentarse en una solidísima y extensa cultura funk, así como en una concienzuda, constante e inquebrantable búsqueda en las raíces de este género con el fin de mantenerlo, renovarlo y dárselo a probar a las nuevas generaciones. El lifting del funk, le llaman en algunos medios. Pero fuera de típicas caricaturas periodísticas, Damon Riddick está al frente de una de las propuestas más interesantes apadrinadas por Stones Throw. Una carrera de fondo forjada en los márgenes y una dedicación que como resultado bordea el aplauso underground y el ligero reconocimiento de los círculos mainstream, que sea como fuere, no resquebrajan lo mínimo la impasible positividad del artista, centrado por completo en su proyecto y aparecido ante nosotros como una suerte de predicador funk que anima a los nuevos talentos a buscar su hueco, a no parar de crear y a involucrarse con el género, al menos tanto como él.

Dam-Funk sentado ante su colección de discos es como cualquiera de nosotros ante las fotos familiares, que no son simples objetos materiales, si no una especie de diario vital atesorado con mimo. Cómo él sintió que en su momento hacía Prince, Dam intenta explicarnos que el Funk puede ser cool de nuevo.

Texto por Pablo Otín

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